Mi columna de hoy en Dialogo Político:

«Lo importante no es donde se está, sino la dirección en que se camina».
Wolfgang Goethe

Restricciones a la libertad de expresión; toma de medios de comunicación; carencia de medicamentos y productos básicos; suspensión de jornadas en fábricas, organismos públicos y escuelas por falta de energía; líderes políticos y jóvenes presos, y sus mujeres vejadas; desazón y temor por los colectivos que invaden y esparcen angustias. Son señales —mejor dicho, ¡realidades!— que parecen indicar que estamos hablando de un país que sufre las consecuencias del final de una guerra.

Desde el Vaticano se dictamina: «Se trata, sin ninguna duda, de la peor crisis nacional de Venezuela en la era republicana», y se describe que «a una inflación de más del 700 % y al progresivo desabastecimiento de insumos básicos, se sumó ahora la peor crisis energética de su historia».

¿Cómo fue posible que la civilizada Venezuela se convirtiera en un Estado totalitario e inhumano? Así como Friedrich Meinecke habló de la «catástrofe alemana» en referencia a la Alemania de las atrocidades del nazismo, creo que con el mismo sentido se puede hablar ahora de la «catástrofe venezolana» y la violación pura y sistemática de los derechos humanos. En esta línea, también cabe reflexionar sobre aquello que nosotros, como hermanos latinoamericanos, podemos hacer para ayudar a que no perdure esta división en el pueblo venezolano.

Debemos alzar voces unidas para denunciar atropellos y exigir respeto cuando los poderes ejecutivos de Estados omnipotentes ignoran y reprimen las voces disidentes o críticas. Y contribuir con expresiones de ánimo a que el espíritu venezolano no se aplaque, con la esperanza de que la existencia de una cierta clase política y en especial una resistencia cívica no decline en su empeño por devolverle a Venezuela la candidez, la alegría y la paz que le son propias.

Ante gobiernos autoritarios que construyen andamios legales para proteger su poderío corrupto, confundiendo Estado de derecho con Estado de legalidad, como lo hemos sufrido en nuestro propio país hasta diciembre del año pasado, la única solución es no resignarse y exigir respeto. Como políticos debemos abandonar la zona de confort y acercarnos al que menos tiene, al que necesita de nuestra empatía y ayuda, y no claudicar en la defensa seria y responsable de los derechos humanos y las libertades individuales en cada rincón donde sea necesario.

Nuestra canciller Susana Malcorra ha manifestado: «La salida de (la crisis en) Venezuela solo es posible con un diálogo entre las partes. El pueblo venezolano está llamando la atención a los líderes para que se sienten a dialogar». Es imprescindible para el triunfo de la democracia que los mandatarios, funcionarios y ciudadanos de todas las naciones del mundo recordemos que la defensa de la libertad está por encima de toda ideología, simpatía y amiguismo; que la libertad es un derecho, que la democracia es consenso y consentimiento político como base para la legitimidad de un gobierno pero también tolerancia de la diferencia, y que el Estado de derecho es para todos, sin excepción. Debemos acercarnos los unos a los otros sin ideas preconcebidas, porque es conveniente que nos escuchemos mutuamente con atención y porque tenemos el deber de dialogar aunque el otro no nos quiera escuchar.

Tengo plena convicción de que nuestro impulso de cambio también llegará a la querida Venezuela y fortalecerá el espíritu republicano de ese país hermano que supo recoger a muchos compatriotas argentinos en otras épocas. Ahora nosotros estamos recibiendo a muchos venezolanos, en especial jóvenes, que buscan futuro en nuestras tierras para su desarrollo. Futuro y desarrollo son dos palabras que el gobierno de Maduro pareciera haber decidido desterrar de su país, pero los propios venezolanos están obligados a restituirlas. Los políticos de bien tenemos una obligación moral, civil y política de acompañar al ciudadano venezolano en su camino hacia una democracia real, con pleno respeto de las libertades y la división de poderes.

Siguiendo la línea del espacio político que represento, he defendido siempre los derechos humanos en Venezuela y una muestra de ello es la presentación en abril de 2014, ante la Fiscalía de la Corte Penal Internacional de La Haya, de una denuncia firmada por más de 300 parlamentarios de Iberoamérica, para que se investigue al presidente de Venezuela y a otros altos políticos de ese país como presuntos autores de crímenes de lesa humanidad. También he sido la autora de varios proyectos de repudio y solidaridad por ataques sufridos a Lilián Tintori, Corina Machado, entre otros.

Incluso los venezolanos que emigraron de su tierra natal también deben unirse y no dejarse llevar por la desesperanza. ¡No están solos! Armando un círculo virtuoso se podrá romper con el círculo vicioso de don Maduro. Porque, al decir de Goethe, lo importante no es dónde se está, sino la dirección en que se camina.

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