El miércoles estuve en Santiago del Estero y sentí la misma indignación de la que habló Carlos Tévez.  Cuando dos torres impactantes emergieron en medio de la ciudad parecía que estaba frente a un espejismo. Me sentí por un instante en Bruselas y  a pocas cuadras, el abandono y el dolor. ¿Sabían que ahí solo un 35% tiene cloacas? ¡El agua potable es todavía un lujo!.

Mayor fue mi impotencia cuando me mostraron el “tren del desarrollo”,  que no llega a ningún lugar. Con una estación en medio del descampado que resulta una boca de lobos. El humor santiagueño, que debe haber surgido para no llorar, rotuló la ciudad, como “Debidolandia”: 2 edificios de más de 20 pisos, Ministerio de Economía y Ministerio de Educación, que entretienen a ejércitos de funcionarios, fueron producto de Don Debido.

Visité también a la madre de Pepiño, tuvo que pasar por peregrinaciones para conseguir medicación para su hijo cuando estaba enfermo. Pasaron dos años que Pepiño se fue,  su familia y amigos lo honran ayudando al que menos tiene. Entre anécdotas alegres y lágrimas, agradezco haber conocido a un grande y a esta familia santiagueña.

Solo me resta pensar: la modernidad resulta despilfarro, huele a corrupción y duele al corazón cuando se hace de este modo.

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