El reclamo por Malvinas forma parte de nuestra identidad. Es indiscutible.

No se trata sólo de recuperar Malvinas para expandir nuestro territorio: se trata de que llegue el día en que nos fundamos en un abrazo con sus habitantes y sus recuerdos.

El destino nos separó por décadas. Durante el Gobierno de Arturo Illia, existió un abierto diálogo con el Reino Unido respecto a la soberanía de las Islas Malvinas que fuera desaprovechado por el Gobierno militar siguiente, tan afecto a la geopolítica y a la doctrina de la seguridad nacional. El Gobierno impulsó la sanción de la resolución 2065 en la que nuestro país logró el reconocimiento del conflicto por las islas con Gran Bretaña.

En la última presidencia de Juan Domingo Perón se estuvo cerca de llegar a un acuerdo sobre soberanía con Gran Bretaña, pero nuestras benditas cuestiones políticas internas o, mejor dicho, los desacuerdos dentro del propio Gobierno peronista, truncaron esta posibilidad. A mediados de 1974, el Gobierno británico realizó una oferta al Gobierno nacional que proponía, a los efectos de solucionar el conflicto sobre la soberanía de las islas, un sistema basado en otorgar a sus habitantes, los kelpers, la doble ciudadanía, argentina y británica. El presidente Perón estuvo de acuerdo con la propuesta, al igual que el gobernador de las Islas Malvinas. Sin embargo, Perón falleció antes de concretar este proyecto y su viuda no se creyó con el poder suficiente para convencer a la opinión pública de que debía aceptar la idea. Ante esa circunstancia, el Gobierno británico decidió retirar la propuesta.

Pero perdura el anhelo del reencuentro. Las tumbas de nuestros soldados caídos NN simboliza el desamparo y la injusticia. Y nos compele a asumir la responsabilidad histórica de maximizar esfuerzos para que sus familiares puedan identificarlos. Por ello, soy una agradecida por los primeros signos de acercamiento, que es este comunicado conjunto. Debemos ir zanjando las diferencias entre nuestros pueblos, llenar de contenido y de vida las relaciones ahora truncas. Gobiernos, parlamentos y partidos políticos deberían colaborar con esta misiva. Porque una recuperación integral sólo se puede dar cuando los pueblos se unen desde el corazón y con el pensamiento. No por la mera imposición. Claro, sería infantil no reconocer que estamos muy lejos de ello, que nos separa un abismo. Los cinco mil habitantes de Malvinas confrontan condiciones de vida dura y si queremos acercarnos, debemos no solamente ofrecerles ayuda, sino brindarles reconocimiento.

Tenemos una nación que se ha vuelto a incorporar al mundo, con un Presidente que está siendo reconocido mundialmente. Ninguna nación puede hoy solucionar sus problemas sola. Los sistemas modernos no funcionan de forma individual, sino integrada: esto vale para la ecología y la seguridad, para el comercio y la energía.

Ahora podemos negociar desde la fortaleza. Así como estamos tendiendo puentes hacia nuestros países vecinos, debemos reconstruir un puente de acercamiento al habitante de nuestras islas. Y esto implica volver a dialogar.

Debemos empezar por conocernos y entendernos mejor mutuamente. Recién cuando desde cada lado se asuma que el otro vivió experiencias valiosas, trágicas y presenta características únicas, que merecen perdurar y ser compartidas, estaremos en buen camino: entenderemos que forma parte de nuestra sustancia. Y no puede haber solución salomónica externa: se tiene que ir gestando con fraternidad y sin ideas preconcebidas.

La historia nos da una nueva oportunidad y la debemos aprovechar. Si en algún momento logramos un acercamiento, no se va a decidir por imposición de las normativas, sino por la actuación de cada uno de nosotros. Sin resignar derechos. Produciendo hechos. Confío en que podamos amalgamar nuestro patriotismo republicano con una solidaridad humanista, que nos acerque al otro. “Lo importante no es dónde se está, sino la dirección en que se camina” (Wolfgang Goethe).

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