Les comparto mi columna en Infobae  donde hago referencia al abordaje que se les da a las “drogas recreativas” en los medios de comunicación.

Enfrentar hoy este asunto requiere, ante todo, decisión política. En primer lugar, para perseguir y condenar a los responsables, para desparasitar al país de estos agentes nocivos que lucran con la fragilidad económica y emocional de las personas.

Pero también para desmontar los falsos mitos que incentivan al consumo: de la adicción no se entra y se sale fácilmente; consumir drogas ilegales no tiene nada de glamoroso y lejos está de llevarnos a la fama y la fortuna que nos promete.

Cuando se habla de ellas en términos de “consumo recreativo”, parecen no sólo inofensivas sino casi festivas. Cuando aparecen asociadas a la expresión “de diseño”, adquieren incluso cierta connotación de estilo, modernidad, exclusividad citadina. Cuando vemos a celebridades y referentes sociales asumir alegremente que disfrutan de su uso y les rinden tributo en canciones y reportajes, se pierde la dimensión del grave perjuicio social que representan. Cuando las revistas de farándula y los programas de todo tipo (los de chismes, los de entretenimiento y hasta los noticieros) hacen gala de esos excesos y retratan a todo color los placeres mundanos que gozan los ricos, bellos y famosos, cuesta adivinar su lado más amargo.

Lo cierto es que el problema de las drogas tiene más de trágico que de snob, y su arraigo en el país responde a una multiplicidad de factores que requieren urgente atención. Las redes de corrupción; la connivencia policial, política y judicial; la permeabilidad de las fronteras; el millonario negocio que su comercio representa; la violencia y el problema de seguridad que generan; los delitos asociados a su producción, su distribución y su consumo; la ausencia del Estado en la contención de los sectores más vulnerables y estas consignas marketineras que las presentan como el camino a la fama, el dinero y la felicidad son solamente algunas de sus aristas.

Que los narcos hayan anidado en la Argentina no fue casual; las condiciones dadas prácticamente les tendieron la alfombra roja. Los últimos acontecimientos, que incluyeron la captura del jefe de la banda de Los Monos y la de Ibar Pérez Corradi, no sólo demostraron que entraron y salieron del país con impunidad asombrosa, sino que la Justicia y las fuerzas del orden parecieron anestesiadas.

Enfrentar hoy este asunto requiere, ante todo, decisión política. En primer lugar, para perseguir y condenar a los responsables, para desparasitar al país de estos agentes nocivos que lucran con la fragilidad económica y emocional de las personas. Pero también para desmontar los falsos mitos que incentivan al consumo: de la adicción no se entra y se sale fácilmente; consumir drogas ilegales no tiene nada de glamoroso y lejos está de llevarnos a la fama y la fortuna que nos promete. La conducta adictiva representa, por el contrario, una violación directa a los derechos humanos de una persona: quita libertad de decisión y de acción, lleva a la esclavitud, frena el desarrollo personal y somete a las familias a duras pruebas.

Todos debemos involucrarnos en la prevención: una sociedad ausente es tan peligrosa como un Estado ausente. Animarnos a limitar el consumo de alcohol entre nuestros jóvenes, controlar las publicidades indebidas, fomentar liderazgos en cultura preventiva y brindar asistencia a quienes fueron captados por los “mercaderes de la muerte” son solamente algunas de las medidas imprescindibles para empezar a dar una lucha en serio.

El 26 de junio se celebró el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas. La esperanza está puesta hoy en unos poderes —Ejecutivo, Legislativo y Judicial— renovados, tanto como en el papel activo de una sociedad comprometida.

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