Hay una maldición china que dice “ojalá vivas en tiempos interesantes.” Hoy, desde Brasil, el Papa Francisco podría sentirse interpelado por esas palabras. El primer papa de este continente ha vuelto a las Américas en su viaje inicial como líder del catolicismo mundial. Es un hecho histórico para millones de fieles no sólo en Brasil, no sólo en la región, sino en todo el mundo. Pero enfrenta desafíos tan grandes que parecen más intratables que interesantes (aunque queda claro el dejo irónico de la palabra en la maldición).
Su visita a América latina se da en el contexto de una fuerte caída del catolicismo frente el auge de grupos evangélicos. Casi la mitad de los católicos del planeta viven en la región. Pero mientras que en 1910, el 90% de la población se identificaba con la religión, hoy sólo lo hace el 72%. Brasil y México, los dos países católicos más grandes del mundo, son parte de esta tendencia. En el caso de Brasil, entre los años 1970 y 2010 la población que se identifica con el catolicismo disminuyó notablemente: pasó de representar el 92% al 65% de la población en el lapso de 40 años. En el caso mexicano, el porcentaje se redujo de 88% a 83% entre 2000 y 2010. A este ritmo, para el año 2025 la población católica latinoamericana pasará del 72% de la población total a sólo 50%.
Además de la problemática religiosa, el papa Francisco debe lidiar con el contexto político latinoamericano. Llegó, en primer lugar, a un Brasil convulsionado por semanas de protestas violentas. Millones de personas se manifestaron contra una clase política a la que sienten corrupta y que no responde a sus intereses. No por nada los manifestantes intentaron apoderarse de símbolos como el techo del Congreso Nacional, la Asamblea Legislativa de Río y las sedes de los gobiernos estatales en San Pablo y Curitiba. El simbolismo del acto es obvio: o la política vuelve a ocuparse del pueblo o el pueblo debe tomar las riendas de la política. En este aspecto, el caso de Brasil no parece único. En la Argentina, con anterioridad, vimos algo muy parecido aunque totalmente pacífico. Daría la impresión de que las protestas podrían trasladarse a otros países de la misma manera inesperada que surgieron. América latina, a pesar de algunos avances sociales notables, sigue sufriendo de niveles de pobreza, corrupción, división, impunidad e hipocresía política inaceptables.
Es precisamente en este aspecto donde la maldición que le toca a Francisco podría llegar a ser una bendición para la región. Es un papa que desde el día de su asunción ha hecho de la lucha contra la pobreza, la corrupción y la división sus principales banderas. Además, predicó la reconciliación desde todas las tribunas. Esto se volvió evidente como mensaje político cuando le regaló a la presidente Cristina Fernández de Kirchner el Documento de Aparecida del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de 2007. Es un texto que resalta una y otra vez la necesidad de combatir la pobreza y luchar contra la corrupción. Si le agregamos las recientes declaraciones de Francisco donde expresó que “los corruptos son el anticristo,” “adoradores de sí mismos”, o sea personas incapaces de solidaridad hacia el otro, y donde puso a Judas como ejemplo paradigmático, queda claro que el regalo de Aparecida, como los intentos de ocupar edificios estatales de los manifestantes brasileros, constituye un gesto de enorme carga simbólica para toda la región.
Más aún, el documento del CELAM resalta la preocupación con que se ve “el acelerado avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas ocasiones, deriven en regímenes de corte neopopulista.” Como bien se sabe, estos regímenes se han caracterizado por un esquema político donde el gobierno de turno se imagina que encarna a la patria y todo aquel que es opositor es, por ende, un enemigo de esa patria. Se gobierna, entonces, a través de la división y el combate al enemigo justifica cualquier política. Nuevamente, la prédica y el pensamiento de Francisco es todo lo contrario. En su artículo “Necesidad de una antropología política: un problema pastoral” publicado en 1989 en la revista Stromata, el entonces Jorge Bergoglio dejaba en claro su visión. Para él, la política es “el arte de unir para construir”, y “la unidad de una sociedad se funda en el esfuerzo solidario, convertido en tarea habitual.” Una visión de la política como la búsqueda de unidad a través de la solidaridad es un mensaje casi subversivo en algunos contextos latinoamericanos.
En un continente plagado de políticos enriquecidos y pueblos empobrecidos, estaríamos mejor si los gobernantes escucharan su mensaje y emularan su ejemplo
El mensaje subversivo en estas temáticas va más allá de su prédica: lo encarna con su ejemplo. En su primera aparición ante los fieles en el balcón del Vaticano, en lugar de la tradicional estola del atuendo papal llevó una cruz en su pecho; rechazó vivir en los departamentos del Palacio Apostólico para quedarse en la Casa de Santa Marta; ordenó investigar exhaustivamente la pedofilia que azota al Vaticano y firmó acuerdos de colaboración con EE.UU. para el control del lavado de dinero. Ahora, en su visita a Brasil, esta actitud continúa: no quiere hospedarse en una suite especial durante su estadía y pidió una habitación similar a las que ocuparán los cardenales de su comitiva.
El Evangelio según San Mateo dice que la fe es capaz de mover montañas. No cabe duda de que es una mecha que, en circunstancias propicias, puede movilizar sociedades para bien. Gandhi, Martin Luther King y Mandela son ejemplos de ello. No se puede saber cuál será el impacto final de la primera visita del papa Francisco a Latinoamérica. Lo que no se puede dudar es que en un continente plagado de políticos enriquecidos y pueblos empobrecidos, de escándalos irresueltos, de casas de gobierno circundadas por verjas de acero, como si fueran castillos con fosas para aislar a los reyes de sus súbditos, estaríamos mejor si los gobernantes escucharan su mensaje y emularan su ejemplo.
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